Hablar de la televisión en términos de un “Imperio de la Basura” es correcto, pero no nos centraremos en ella porque pareciera que ya todo esta dicho en esa materia. Programas de todo tipo han hecho que la TV Basura siga siendo la reina, y que todos quieran estar en ella, pero en este minuto Internet es el hermoso monstruo que, desde los pantanos del ciberespacio, nos sorprende con sus flatulencias que, en su desproporción y anomalía, en sus errores de producción y la falta del perverso “criterio editorial” que guardan los medios, son diamantes de esquiva belleza, cuya capacidad de morbosa seducción tiene una particularidad: la de ser mesurable. Y es que el imperio del click, de las “visitas” o views que recibe un video de Youtube, por ejemplo, dan las directrices en esta era, para llegar a aquello que “no se puede dejar de ver”.
¡No puede ser!¡Nooooo!
El homenaje lo realizó mezclando ritmos andinos, y “beats” electrónicos en una fusión que él llama tecnofolclor, y que a través del uso de sintetizadores reproduce el cantar de quenas y zampoñas. Todo plasmado en un bizarro documento visual en el que se muestran imágenes del World Trade Center en llamas, de las víctimas corriendo presa del pánico y sobre ellas, la silueta de Delfín, vestido en su impecable traje ranchero, cantando, saltando y alzando las manos en posición de plegaria para inquirir al Cielo“¡¿Quién lo hizo y por qué lo hizo?!”, poco antes de tapar sus rostro horrorizado y exclamar que aquello que ven sus ojos, simplemente “¡No puede ser!...¡Nooooo!”.
Para fines de 2006, más de 500 mil personas habían visto el vídeo, que fue colgado en Youtube por un productor de artistas ecuatorianos que se maneja al dedillo con las redes sociales y las nuevas plataformas que ofrece la llamada Internet 2.0. El vídeo de Delfín llamó rápidamente la atención, por la delirante mezcla de imágenes, la pegajosa música y, sobre todo, por lo delicado del tema en cuestión, ya que el artista pretende hacer bailar a su público con un evento monstruoso que produjo también monstruosos cambios en el panorama político mundial. El colmo del mal gusto. También llamó la atención sobre cómo puede a un indígena ecuatoriano afectar un evento ocurrido en “el País del Norte” y sobre la mcluhaninana idea de Aldea Global.
Pero para nosotros lo importante es cómo la Red se vuelve la plataforma para reproducción de lo bizarro y que lo bizarro, se quiera o no, sea para apocalípticos o integrados, algo que al alero de la transmisión “viral” de imágenes, nos invade por este flanco que es el computador y que termina generando debates en torno a lo que se insiste en llamar oclocracia.
En Chile el caso de Delfín fue recogido por la prensa y el tema se transformó en un éxito que llegó a bailarse en el horario “prime” de la televisión. Delfín (que recibe su nombre porque es el último de sus hermanos, el del fín) desfiló por más de algún programa de conversación e incluso, se transformó en uno de los protagonistas de las Fiestas Kitsch más concurridas del verano de 2007. Repercusiones tuvo el bizarro Delfín Cruzando el Atlántico, en el programa humorístico friki “Buenafuente”, donde el actor que encarna al “Nen”, se vistió con el atuendo ranchero del ecuatoriano y llevó a cabo una rutina al compás de “Torres Gemelas”.
The blast blasted blubber beyond all believable bounds
El 12 de noviembre del año 1970, el periodista Paul Linnman era un joven que realizaba sus prácticas en una pequeña cadena de televisión en Portland, Oregon. Ese día fue enviado junto al camarógrafo Doug Brazil a Florence, un pequeño poblado costero que tenía un problema de 8 toneladas: un cachalote varado en la playa, cuyo avanzado estado de descomposición estaba causando estragos en las narices de los habitantes del pueblo. La solución que encontró el gobierno local fue dinamitar al animal con más de 500 kilos de explosivos y el evento debía ser registrado por las cámaras de televisión.
El resultado, como era de esperarse, fue nefasto y cómico. Toneladas de fétida grasa volaron por los aires y Florence se sumergió en una pestilente nube de cebo gracias la sabia decisión de las autoridades.
Previo a la era de Internet, el curioso reportaje fue visto sólo por los habitantes de Oregon que lo pudieron observar en el noticiario de la noche y con el paso de los años por otros curiosos que , tras mucho insistir, lograron acceder a una de las copias de la cinta original. Pero 37 años después, tras la iniciativa de alguien que lo colgó a la Red, la BBC lo apuntaba como uno de los cinco videos transmitidos “viralmente” más populares de Internet. No está de más decir que, tras el episodio, Linnman escribió un libro, y a comienzos de 2008, CNN transmitió un reportaje recreando el episodio, con entrevistas a sus protagonistas y, por supuesto, con el excitante momento de la explosión, que está en la memoria de más de 350 millones de personas.
El concepto de video viral ha sido acuñado por teóricos del marketing y tiene que ver con las posibilidades que ofrece Internet para la exponencial transmisión de información, haciendo uso del “boca a boca”. Douglas Rushkoff lo plantea en su libro “Media Virus”, que refiriéndose a la publicidad, acuña el término de usuario sensible, que si bien tiene un origen en las nuevas formas de publicidad, también puede ser utilizado para comprender la expansión de documentos que no necesariamente tienen que ver con marketing.
La hipótesis de Rushkoff es que si una publicidad (en nuestro caso, un vídeo) llega a un usuario “sensible” (es decir, interesado en el documento friki), ese usuario se “infectará” y puede entonces seguir “infectando” a otros usuarios sensibles. Mientras cada usuario infectado envíe en media el correo a más de un usuario sensible (es decir, que la tasa reproductiva básica sea mayor a uno), los resultados estándares en epidemiología implican que el número de usuarios infectados crecerá según una curva logística.
Sin Internet de por medio, documentos como los anteriores descansarían en un circuito de transmisión mucho más reducido, sin la posibilidad de ser mostrados a los millones de personas que, de seguro más de una vez han visto al “friki” de Delfín Quishpe saltando sobre el infierno neoyorquino o a la ballena de Florence volando en pedazos por los aires. Ambos casos son sólo un botón de muestra del ya conocido poder de la Red, pero también de las posibilidades de medir el éxito y la atracción suscitada por la imagen, la democracia del frikismo, el placer sin culpa de lo bizarro.
Es necesario decir que el freak funciona en oposición, tal vez, a lo kitsch, ya que su sofisticación radica en algo opuesto al barroco, al producto excesivamente “refinado, sensible y detallado” (1), que sirvió para que el kitsch lograra, en palabras de Moles, “conquistar el planeta aun antes de ser apoyado por la fuerza de cualquier regla”.
En palabras de Jordi Costa, Internet ofrece la posibilidad de “rebuscar en la basura cultural”, de encontrar “un método posible para construirse un menú estético al margen de los dictados de mercado. En unos tiempos en que las dictaduras del gusto parecen asfixiar toda posibilidad de disidencia estética, el esteta basura tiene la responsabilidad de establecer su religión privada rescatando iconos del olvido, reciclando discursos más allá de su intención original”(2).
(1)Moles, Abraham. “El Kitsch. El arte de la felicidad”. Maison Mame, París, 1971.
(2)Costa, Jordi. “Cultura Basura. Una Espeleología del Gusto”. Dossier prensa, CCCB, 2003.